miércoles, 26 de febrero de 2014

Los Santos Mártires, su historia

   Cierto es que las religiones a lo largo de la historia  han ocasionado sufrimientos a los hombres, en su  capacidad por tranquilizar y sanar el espíritu, han estropeado y dañado las vidas y libertades de los que no las han seguido,  se mata a los no creyentes en el Dios del que tiene el poder,  que únicamente parece puede ser divino si el otro cree en Él, y después se siguen dictados supuestamente encomendados por las divinidades que van en contra del amor y respeto que se suponen debes tener al seguir su culto, pero en fin, religiones sucedidas a lo largo de la historia, de nuestra historia y que han sido grandes culpables de lo que somos en la actualidad.

   Hoy en este post, hablaré de tres niños, romanos, que ya estando los dioses de su ciudad, Caesaróbriga, en decadencia, o quizá más su imperio, fueron educados en el nacimiento de una nueva religión, que además marcó nuestra era, el Cristianismo, nueva religión monoteísta, y caracterizada por ésto, procedente de la hebrea, de la que extrae el Dios, pero no así a su hijo, y que  empieza a aumentar de forma importante y peligrosa para el resto de dioses de la época, y lo mas peligroso, para los gobernantes, pues las palabras y difusiones de unas normas que incumplen los mandatos y adoraciones a Emperadores, hace impensable su culto para el Imperio.

   Desde Roma, se envían a todas las provincias romanas, prefectos para atajar a estos revolucionarios, que ponen en peligro la estabilidad de los sitios donde predican. Publio Daciano, es destinado a Hispania y acude como increíble inquisidor de todo lo que tenga que ver o sentir con la palabra cristiano, así como abanto enviado por el mismísimo Señor del averno, destruye  por donde pasa la más mínima señal de  cristiano que se le comunique, y  entre matanzas y persecuciones, llega a nuestra tranquila Caesaróbriga y se encuentra con un joven conocido por su entrega a los demás, responsable de sus dos hermanas pequeñas, son huérfanos, admirado y respetado por sus conciudadanos, sin importar su culto, pues es misericordioso y generoso con ellos, pero... ¡cristiano!, los ojos se le iluminan a Daciano, un buen ejemplar al que convertir, obligarle a creer en Júpiter será su dedicación mas marcada en nuestra ciudad, envía a una pareja de centuriones que provistos de sus lanzas y espadas, custodian al joven Vicente hasta su presencia, y primero con palabras dulces y explicaciones lógicas de los beneficios que produce adorar al gran Júpiter, intenta en vano que el muchacho declare su seguimiento al mismo, pero Vicente tiene su espíritu bien fijo en el Dios cristiano, y no cede ante los deseos del prefecto, lo que enfurece al defensor de las virtudes Jupiterianas y propone llevarlo ante la presencia de la imagen del Divino, a ver, si así, postrado ante tanta virtuosidad se abre la coherencia espiritual del cristiano.
Cueva en la sierra de San Vicente
   En este camino andaban, cual Jesucristo con su cruz, custodiado a su calvario, cuando en un alto en el camino, los centuriones custodios, ven como bajo los pies del creyente empecinado, la losa que lo soporta se ablanda cual cera al contacto con el calor, y salen despavoridos, estos fieros centuriones, dando la oportunidad a Vicente de correr en busca de sus hermanas, Cristeta y Sabina, y huir hacia el cercano monte de Venus, lugar que sirvió de parapeto al potente Viriato y abastecedor de lo necesario para el mantenimiento y ocultación de los hermanos, allí en una cueva, se esconden, en ella quedan aun señales de su paso, dicen..., hasta que se ven con fuerzas para seguir huyendo, Daciano no para en su empeño, ¡es empecinado este romano!,   consiguiendo llegar hasta Ávila, donde son capturados y descuartizados. Al cadalso de los inocentes se acercan curiosos a ver el espectáculo, y es justo a un judío, que mala suerte estos pobres con todo lo relacionado con Jesús, que una serpiente, aparecida de no se sabe donde, lo atrapa y a punto está de axfisiarlo cuando reniega a voces de su Dios para seguir los designios del cristiano, prometiendo crear un santuario en recuerdo y culto al mártir talaverano. 

    Ésta historia, real o leyenda, o mitad de cada, lo cierto es que en Ávila existe un bello cenotafio en la Basílica de San Vicente, llamada así en honor de nuestro Santo, y en la que se encontraban los restos de los tres hermanos, que han pasado no pocas vicisitudes a lo largo de los casi 2 000 años de historia, siendo custodiados en grandes templos cristianos, a la caída o en situaciones de peligro para los mismos, llegando en la actualidad a tener en nuestra ciudad, en la Colegial, una tercera parte de esos restos, en una arquíta, además de la piedra con las huellas dejadas bajo los pies del buen Vicente. También cuentan que el monte de Venus, cambió de nombre por esta razón, pasandose a llamar, Sierra de San Vicente. Y que un obispo descreído en plena edad media, dudó de la existencia de los restos en el sepulcro de Ávila y lo abrió, rodeandose el mismo de humo y sangre en la mano que introdujo, aún se conserva la tabla donde se limpió. Así mejor no dudar de lo que tantos años ha mantenido.

     Un paseo por la sierra de San Vicente en busca de la cueva y disfrutando del lugar y el paisaje es un buen plan para la mañana del domingo,  visitar La Colegial, siempre digna de admiración, buscando la arquita y las huellas, pues confirmará lo leido. Y esta noche, jueves, ya empezando a celebrar la cercanía del fin de semana,  una cervecita, en la Fakultad,  de las muchas que tienen, hará pasar un buen rato, yo espero ir.

   Hasta el próximo post.

Katia C.

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